lunes, 12 de diciembre de 2011

Palabras para Julia

Julia me explica que en los bares “de allá”, sirven las copas de una manera un poco rara. Como no le convence mi cara de desconcierto, me da el chupete para que se lo aguante y poder escenificar, separando exageradamente sus bracitos, cómo servían los culines de sidra. “Es un vino que hay que se sirve así”. Inmediatamente vuelve a lo suyo, que es caminar por la calle peatonal sin salirse del camino que marca la línea de baldosas "porque todo lo demás está lleno de dinosaurios". Veo a su padre en los ojos, y a su madre en la risa y pienso que no me puede gustar más la mezcla.
Cantamos villancicos poco ortodoxos, en los que los tres Reyes Magos y Papá Noël van a hacer caca, y me confiesa, tímidamente, que ella "es muy lista, pero no sabe correr". Pienso en responderle que eso le pasa a mucha gente, y que así les va como les va, que habría que aprender a poner pies en polvorosa cuando pintan bastos, y dejarse de profundidades y dialéctica, que eso a la larga resulta más agotador y más cansado que una buena carrera a tiempo. Afortunadamente para ella, me ahorro la metáfora. Compramos una palmera de chocolate, un jugo de melocotón y merendamos con Bob Esponja y Patricio como compañeros de mantel. Es lo más parecido a la felicidad un lunes por la tarde.
Con Julia vuelvo a tener cuatro años. Julia me convence siempre de que, definitivamente, saber correr no es tan importante.