No, no es que me duela la barriga, que a veces me duele y mucho, sobre todo porque vivo comiendo porquerías en grandes cantidades. Las cosas más ricas son justo las que no le hacen bien a mi barriga, como la pizza barbacoa o las papas fritas con huevos fritos o los alfajores de maizena o el chocolate negro. ¿Por qué el arroz blanco no hace mal a ningún sector de mis tripas? De ese seguro que puedo comer tres toneladas sin consecuencias; ahora resulta que me como un cuarto kilo de chocolate y pum. La vida no es justa, que se sepa.
Igual
no era de esto de lo que quería hablar. Era de las tripas, sí, pero
de las otras. No, no es que tenga doble juego de tripas. O sí.
En realidad no lo sé. ¿Un ser humano podría tener doble juego de
tripas? Yo conocí una vez a una chica que tenía doble todo. Doble
stock de útero, ovarios y tal. Podría hacer contrabando, le dije,
de órganos. Se reía ella.
Pero
bueno, es de las otras tripas de las que quiero decir cosas. O más
bien del aviso de esas otras tripas. ¿No les pasó nunca que ante
alguna situación sus tripas les hablaron? Bueno, entiéndanme, no es
que tengan boquita, cuerdas vocales, cerebro y las otras herramientas
para producir un sonido que forme palabras, que a su vez formen
frases y que a su vez sean lógicas. Aunque conozco mamíferos que
tienen todo eso y sin embargo no pueden emitir un juicio medianamente
razonable ni que los amenaces con inyecciones de ébola. En realidad
no sé si el ébola se puede inocular con una inyección, pero para
el caso es lo mismo ébola que tuberculosis, el punto es que no te
sacan un razonamiento lógico ni en pedo.
Como
pueden ver me estoy yendo por las ramas todo el tiempo. Y es que en
realidad no sé bien qué decir al respecto, sólo que mis tripas me
están hablando, pero yo no entiendo lo que dicen. Creo que hablan
otro idioma. El punto es que hablan y yo no les entiendo nada, pero
puedo adivinarlas teniendo en cuenta que llevan conmigo algo así
como treinta y siete años. Creo que hablan de miedos. De esos miedos
que hacen que una salga corriendo lo más rápido posible, esos
miedos que medio nos obligan a subirnos al primer avión, tren o
bicicleta que encontremos, esos que hacen que envidiemos
profundamente al correcaminos por muy hijo de puta que fuera. Creo
que hablan de eso mis tripas, pero lo cierto es que no estoy segura.
¿Y si en realidad no son mis tripas y sí una cobardía importante?
Eso sería un problema, porque si la que habla es mi cobardía la
cosa cambia. Y cambia radicalmente.
A mí
me parece que la cobardía se está haciendo pasar por mis tripas
porque le conviene que yo crea que son las tripas. Sería una especie
de ventrílocua de mis tripas. Las manejaría así como una marioneta
con hilitos mientras hace los sonidos que correspondan sin mover un
solo músculo.
Le
sale para el culo, déjenme decirles, porque sigo sin entender nada.
Por ahí es que no terminó el curso de ventrílocua. No sería raro,
no lo terminó por cobarde, porque ¿y si lo termina y resulta que
tiene que hacerse cargo de algo? Entonces como no lo terminó no sabe
hablar con la boca cerrada y le salen esos sonidos que no entiendo y
que traduzco como miedo.
Salir
corriendo es algo que se me da muy bien, la verdad sea dicha. Tengo
un máster en los cien metros lisos. Diploma de honor, medalla de
excelencia. Pero no está bueno, me parece.
También
tengo un máster en quedarme a destiempo. Ahí también diploma de
honor, medalla de excelencia. Y es que en realidad lo costoso no es
correr o quedarse a destiempo, sino quedarse a tiempo o retirarse a
tiempo. Creo que ya había hablado de esto alguna vez.
Como
de todo, ¿vieron que hablo mucho, no? Saturo el espacio audible, ya
lo sé. Igual conozco gente que habla más que yo, y eso es decir
bastante. Cuando esa gente y yo nos cruzamos por la vida se arma una
pelea para ver quién habla primero. A veces hablamos a la vez y
nadie escucha. Con el tiempo hemos aprendido a sostener el silencio
para que el otro se explaye tranquilo, pero no fue fácil ni barato.
Ahí
vamos otra vez. Los costos. ¿Cuáles serían los costos de salir
corriendo? No se saben. Es lo peor de todo, porque si una supiera los
costos, arma una planilla de excel, suma, resta, balancea y listo. Si
da rojo, a la mierda, si da azul, ahí vamos.
La
cosa, después de muchas vueltas, es que parece que las tripas o la
cobardía o algún ente interior me está hablando, pero no entiendo
una mierda lo que dice porque habla un idioma que no manejo.
¿Será
el idioma de las emociones?
Creo
que tengo el Síndrome de Sheldon Cooper.